Voluntariado en Guatemala

Todo comenzó un día cualquiera, en aquel caluroso verano de 2021, cuando de repente recibía una notificación en mi móvil de mi gran amigo y compañero de aventuras Sergio.  Que iluso fui al pensar que se trataba de un mensaje para bajar juntos a la piscina o para echar un partido de fútbol… Para mi sorpresa, era una foto con dos billetes de avión y algo acerca de un “Voluntariado en Guatemala”. Rápidamente, confuso, lo llamé para preguntarle acerca de esos pasajes, y sin dejarme mediar palabra me dijo: “Haz las maletas que nos vamos a Méjico”.

Y así fue, sin comerlo ni beberlo me vi envuelto en lo que iba a ser una de las experiencias más increíbles que he tenido a lo largo de mi vida. Se trataba de un voluntariado formado por los miembros de la empresa de Sergio y que cuyo destino y objetivo era; impartir talleres a los niños de los barrios marginales de Guatemala, Méjico. Simplemente, no podía decir que no, y tenía claro que no iba a dejar escapar esta oportunidad. 

Después de una larga semana (muy ajetreada por los preparativos y diversas gestiones necesarias para el viaje), nos disponíamos a embarcar. El vuelo salía desde Madrid (Barajas) con destino al Aeropuerto Internacional Aurora, en Guatemala. Solo 12 horas nos separaban de aquella ciudad situada en el sur de Méjico. 

Una vez allí, fuimos al hostal, y nos dispusimos a hacer turismo por la zona. Fueron momentos inolvidables, las calles estaban llenas de vida, color y música. Quedamos fascinados con la gastronomía de la zona (ya que a todos nos encantaba la comida mejicana), y tras un día agotador visitando la ciudad, regresamos al hotel. Allí, una vez fuimos a dormir, todavía no éramos conscientes de qué nos encontraríamos la mañana siguiente.

Amanecimos temprano, el clima acompañaba y decidimos ponernos en marcha. Nos dirigimos al orfanato de Barrio Bajo (una de las zonas más pobres situada en la periferia de la ciudad) Y allí pasamos la mañana junto a los niños. Realizamos numerosos talleres y juegos en compañía de los pequeños. Fueron momentos inolvidables, en los que nos reímos mucho y tanto ellos como nosotros aprendimos mucho. Ellos aprendían nuestros juegos y enseñanzas, y nosotros aprendimos que incluso en un país extranjero, al que acabas de visitar, puedes llegar a sentirte como en tu propia casa. Aprendes, que aunque la vida allí no sea fácil, hay muchos motivos por los que luchar, vivir, y ser feliz. En fin, qué decir… la acogida, el amor, el respeto, la alegría y la eterna gratitud de esos niños no tenía precio, y es algo que no olvidaremos jamás.

En pocas palabras, fue algo increíble. Esta experiencia fue mágica y recomiendo enormemente a todas y cada una de las personas que leen esto, a que lo hagan, al menos una vez en la vida. Por último, dar las gracias a mi amigo Sergio por haberme hecho formar parte de esto, ojalá tengamos la suerte de volver allí algún día y ver que la ilusión de aquellos niños aún sigue viva.

Si quieres colaborar y  hacer que esto sea posible, puedes realizar una donación aquí.

                                                                                                                                                 David Jiménez González